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Judas no es un maestro del mal ni la figura de un poder demoníaco de las tinieblas, sino más bien un adulador que se inclina ante el poder anónimo de los cambios de humor y las modas del momento. Pero es precisamente ese poder anónimo el que crucificó a Jesús, pues fueron voces anónimas las que gritaron "¡fuera! ¡Crucifícalo!