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  • Esto es lo que vemos cuando miramos al Rainier, la belleza, el horror, el asombro, lo increíble del tamaño que confirma nuestra propia consecuencia en esta tierra. Miramos a la montaña, como a Dios, y no podemos imaginar nada más grande. Su incompresible duración nos recuerda la fugaz mortalidad de nuestros propios huesos. Se cierne sobre nuestras vidas en los días despejados y permanece presente pero oculta a través de las nubes del invierno. Como Dios, permanece en todas partes para siempre.