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Lo que me asustaba era la lógica del mundo; en ella residía el anticipo de algo incalculablemente poderoso. Su mecanismo era incomprensible, y no podía permanecer encerrado en aquella habitación sin ventanas que me helaba los huesos. Aunque fuera estaba el mar de la irracionalidad, era mucho más agradable nadar en sus aguas hasta que me ahogara.