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Una vez descubrí los cráneos de dos carneros impala, con los cuernos encajados en una irreversible figura de ocho; los dos animales habían quedado atrapados en combate, enganchados el uno al otro durante la batalla del celo. Cuanto más habían tirado para escapar el uno del otro, más intratables estaban, hasta que cayeron exhaustos, de rodillas, en un abrazo de odio que los había matado a ambos.