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Es una de esas cosas en las que, cuando estás entrenando y luchando, no puedes preocuparte de tus facturas, de tu hipoteca, de si has dejado embarazada a tu novia, del cáncer de tu mascota ni de nada. No importa nada más que ese tipo que intenta darte una patada en la cara o tirarte de cabeza o intentar arrancarte el brazo de cuajo. Se convierte en una singularidad de propósito, que un chico con déficit de atención como yo rara vez consigue. Me gusta ese momento de claridad en las peleas, y realmente lo tengo. Me pierdo en los detalles de esos 15 minutos y no te preocupa lo que la gente piense de ti.