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A través de la meditación uno descubre su propia luz. Puedes llamar a esa luz tu alma, tu yo, tu Dios -cualquiera que sea la palabra que elijas- o puedes permanecer en silencio porque no tiene nombre. Es una experiencia sin nombre, tremendamente hermosa, extática, totalmente silenciosa, pero que te da el sabor de la eternidad, de lo intemporal, de algo que está más allá de la muerte.