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  • Llevar el espíritu de paz a la guerra es una política débil y cruel. Cuando un caso extremo exige ese remedio que es en su propia naturaleza el más violento, y que, en tales casos, es un remedio sólo porque es violento, es ocioso pensar en mitigar y diluir. La guerra lánguida no puede hacer nada que la negociación o la sumisión hagan mejor: y actuar según cualquier otro principio no es ahorrar sangre y dinero, sino despilfarrarlos.