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  • El 2 de abril, las enfermeras empezaron mi primera tanda de cinco infusiones de inmunoglobulina intravenosa (IGIV). Las bolsas intravenosas transparentes colgaban de un poste metálico por encima de mi cabeza y su líquido se deslizaba por mi vena. Cada una de esas bolsas de aspecto corriente contenía los anticuerpos sanos de más de mil donantes de sangre y costaba más de 20.000 dólares por infusión. Mil torniquetes, mil enfermeras, mil venas, mil galletas reguladoras del azúcar en sangre, todo para ayudar a un solo paciente.

    Susannah Cahalan (2012). “Brain on Fire: My Month of Madness”, p.116, Simon and Schuster