-
El 2 de abril, las enfermeras empezaron mi primera tanda de cinco infusiones de inmunoglobulina intravenosa (IGIV). Las bolsas intravenosas transparentes colgaban de un poste metálico por encima de mi cabeza y su líquido se deslizaba por mi vena. Cada una de esas bolsas de aspecto corriente contenía los anticuerpos sanos de más de mil donantes de sangre y costaba más de 20.000 dólares por infusión. Mil torniquetes, mil enfermeras, mil venas, mil galletas reguladoras del azúcar en sangre, todo para ayudar a un solo paciente.