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La comunidad no puede echar raíces en una vida dividida. Mucho antes de que la comunidad adquiera forma externa, debe estar presente como semilla en el yo indiviso: sólo en la medida en que estamos en comunión con nosotros mismos podemos encontrar comunidad con los demás. La comunidad es un signo exterior y visible de una gracia interior e invisible, el fluir de la identidad y la integridad personales hacia el mundo de las relaciones.