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Dios nos conduce paso a paso, de acontecimiento en acontecimiento. Sólo después, cuando repasamos el camino recorrido y reconsideramos algunos momentos importantes de nuestra vida a la luz de todo lo que les ha seguido, o cuando examinamos todo el progreso de nuestra vida, experimentamos la sensación de haber sido guiados sin saberlo, la sensación de que Dios nos ha guiado misteriosamente.