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El procrastinador tiene el problema contrario. No puede centrar su atención de forma selectiva y puede soportar frecuentes acusaciones sobre su pereza. En realidad, está tan distraído por los estímulos que no sabe por dónde ni cómo empezar. Sonidos, olores, imágenes y los vagabundeos aleatorios de sus pensamientos compiten continuamente por su atención.