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Los anuncios son de gran utilidad para el vulgo. En primer lugar, porque son instrumentos de ambición. Un hombre que de ningún modo es lo bastante grande para la Gaceta, puede colarse fácilmente en los anuncios; por este medio vemos a menudo en el mismo periódico de noticias a un boticario con un plenipotenciario, o a un lacayo con un embajador.