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Se me advierte de muchas maneras que el tiempo me empuja inexorablemente. Me estoy acercando al umbral de la edad; en 1977 tendré 142 años. No es el momento de revolotear por la tierra. Debo cesar en las actividades propias de la juventud y comenzar a asumir las dignidades, las gravedades y la inercia propias de esa estación de honorable senilidad que está en camino.