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La publicidad en las mujeres es detestable. El anonimato corre por sus venas. El deseo de velarse sigue poseyéndolas. Ni siquiera ahora se preocupan tanto por la salud de su fama como los hombres y, hablando en general, pasan ante una lápida o un poste indicador sin sentir un deseo irresistible de grabar sus nombres en ellos.