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  • El curso de nuestras vidas sigue leyes antiguas e inmutables, con un ritmo ancestral e inmutable. Los sueños nunca se hacen realidad, y en el instante en que se rompen, nos damos cuenta de cómo las mayores alegrías de la vida se encuentran más allá del reino de la realidad. En el instante en que se hacen añicos, nos sentimos enfermos de añoranza por los días en que ardían en nuestro interior. Nuestro destino se gasta en esta sucesión de esperanza y nostalgia.