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Ver a la infancia indefensa extendiendo sus manos y derramando sus gritos en testimonio de dependencia, sin ningún poder para alarmar a los celos, ni ninguna culpa para alienar el afecto, sin duda debe despertar la ternura en cada mente humana; y la ternura una vez excitada se incrementará cada hora por el contagio natural de la felicidad, por la repercusión del placer comunicado, por la conciencia de la dignidad de la beneficencia.