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La piedad practicada en la soledad, como la flor que florece en el desierto, puede dar su fragancia a los vientos del cielo, y deleitar a aquellos espíritus incorpóreos que observan las obras de Dios y las acciones de los hombres; pero no otorga ninguna ayuda a los seres terrenales, y aunque esté libre de manchas de impureza, sin embargo carece del sagrado esplendor de la beneficencia.