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Se dice comúnmente que el ridículo es la mejor prueba de la verdad; porque no se pegará donde no es justo. Yo lo niego. Una verdad aprendida bajo cierta luz, y atacada con ciertas palabras, por hombres de ingenio y humor, puede, y a menudo lo hace, volverse ridícula, al menos hasta tal punto, que la verdad sólo se recuerda y se repite por el bien del ridículo.