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La exportación de empleados de la Iglesia a América Latina enmascara un miedo universal e inconsciente a una nueva Iglesia. Las autoridades norteamericanas y sudamericanas, con motivaciones diferentes pero igualmente temerosas, se convierten en cómplices del mantenimiento de una Iglesia clerical e irrelevante. Sacralizando empleados y propiedades, esta Iglesia se vuelve progresivamente más ciega a las posibilidades de Sacralizar persona y comunidad.