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Incapaz de crearse una vida con sentido, la personalidad se toma su propia venganza: de las profundidades inferiores surge una forma regresiva de espontaneidad: la animalidad bruta forma un contrapunto a los estímulos sin sentido y a la vida vicaria a la que está condicionado el hombre corriente. Obtener alimento espiritual de este caos de acontecimientos, sensaciones e interpretaciones tortuosas equivale a tratar de buscar comida en un montón de basura.