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No hay clima, ni lugar, ni hora en que la naturaleza no exhiba un color que ningún esfuerzo mortal pueda imitar o acercarse. Porque todos nuestros pigmentos artificiales son, incluso vistos bajo las mismas circunstancias, muertos y sin luz al lado de su color vivo; la naturaleza exhibe sus matices bajo una intensidad de luz solar que triplica su brillo.