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Cuando pinté por primera vez una serie de lienzos grises por todas partes (hace unos ocho años), lo hice porque no sabía qué pintar, o qué podría haber para pintar: un comienzo tan miserable no podía conducir a nada significativo. Con el tiempo, sin embargo, observé diferencias de calidad entre las superficies grises, y también que éstas no delataban nada de la motivación destructiva que había tras ellas. Las imágenes empezaron a enseñarme. Al generalizar un dilema personal, lo resolvían.