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Una noche, en Tokio, observamos a dos hombres de negocios japoneses que se daban las buenas noches tras una larga noche de copas, uno de los principales deportes japoneses. Estos hombres estaban totalmente ebrios, habiendo alcanzado la fase de embriaguez en la que cada molécula de aire que golpeaba les hacía tambalearse ligeramente, pero aún así se las arreglaban para comportarse con más formalidad que los estadounidenses en los funerales.