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Cuando vivía en Brooklyn, a veces cogía el tren Q hasta Coney Island y volvía para trabajar con el portátil. Hay algo en los insistentes neoyorquinos que te miran por encima del hombro que te hace producir frases.
Cuando vivía en Brooklyn, a veces cogía el tren Q hasta Coney Island y volvía para trabajar con el portátil. Hay algo en los insistentes neoyorquinos que te miran por encima del hombro que te hace producir frases.