-
Las palabras de Jesús, incluidas las que Jefferson y el Seminario de Jesús han marcado con lápiz azul, tienen una permanencia única. No sobreviven simplemente como sabiduría aforística; tienen una autoridad en nuestros corazones, incluso cuando intentamos negarlas. Ordenan. Podemos obedecer o rebelarnos. Por eso Jesús sigue siendo no sólo amado, sino también odiado, y por eso los que le odian sienten que tienen que profesar que le aman.