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Hay una tradición en Estados Unidos que me enorgullece heredar. Es nuestra primera libertad y la expresión más auténtica de nuestro americanismo: la capacidad de disentir sin miedo. Es nuestro derecho a pronunciar las palabras "No estoy de acuerdo". Debemos sentirnos libres de decir esas palabras a nuestros vecinos, a nuestros clérigos, a nuestros educadores, a nuestros medios de comunicación, a nuestros legisladores y, sobre todo, al que elegimos Presidente.