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Como en el juego del billar, las bolas producen constantemente efectos de mera casualidad, que el jugador más hábil no podría ejecutar ni prever, pero que, cuando suceden, sirven principalmente para enseñarle lo mucho que le queda por aprender; lo mismo sucede en el juego más profundo y complicado de la política y la diplomacia. En ambos casos, sólo podemos regular nuestro juego por lo que hemos visto, más que por lo que hemos esperado; y por lo que hemos experimentado, más que por lo que hemos esperado.