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El derecho penal tiene, desde el punto de vista de la virtud frustrada, el mérito de dar salida a esos impulsos de agresión que la cobardía, disfrazada de moral, frena en sus formas más espontáneas. La guerra tiene el mismo mérito. No debes matar a tu vecino, a quien tal vez odias genuinamente, pero con un poco de propaganda este odio puede ser transferido a alguna nación extranjera, contra la cual todos tus impulsos asesinos se convierten en heroísmo patriótico.