En todas las comunidades hay pequeños grupos de extremistas fantásticos que proclaman a bombo y platillo que luchan por la justicia y que, en realidad, hacen todo lo que pueden por la injusticia. Así como el político recto debe despreciar especialmente al hombre que hace del nombre de político un reproche y una vergüenza, así el reformador genuino debe darse cuenta de que la causa que defiende está especialmente en peligro por el reformador falso que hace lo que puede para que la reforma sea el hazmerreír de los hombres decentes.