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Debemos tener en cuenta, pues, que no hay nada más difícil y peligroso, o de éxito más dudoso, que el intento de introducir un nuevo orden de cosas en cualquier Estado. Porque el innovador tiene por enemigos a todos los que obtenían ventajas del antiguo orden de cosas, mientras que los que esperan beneficiarse de las nuevas instituciones no serán más que tibios defensores.