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Tuve la suerte de adentrarme en la teoría de la evolución, uno de los campos científicos más apasionantes e importantes. Nunca había oído hablar de ella cuando empecé a una edad más bien tierna; simplemente me asombraban los dinosaurios. Pensaba que los paleontólogos se pasaban la vida desenterrando huesos y juntándolos, sin aventurarse nunca más allá de la trascendental cuestión de qué se conecta con qué. Entonces descubrí la teoría evolutiva. Desde entonces, la dualidad de la historia natural -riqueza en las particularidades y unión potencial en la explicación subyacente- me ha impulsado.