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El síntoma más triste de muchos de los llamados cristianos es la ausencia total de algo parecido al conflicto y la lucha contra la apatía espiritual en su cristianismo. Comen, beben, se visten, trabajan, se divierten, consiguen dinero, gastan dinero, pasan por una breve ronda de servicios religiosos formales una o dos veces por semana. Pero de la gran guerra espiritual -sus vigilias y luchas, sus agonías y ansiedades, sus batallas y contiendas- de todas las cosas parecen no saber nada en absoluto. Tengamos cuidado de que este caso no sea el nuestro.