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El derecho a la ciudad es mucho más que la libertad individual de acceder a los recursos urbanos: es un derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad. Es, además, un derecho común más que individual, ya que esta transformación depende inevitablemente del ejercicio de un poder colectivo para remodelar los procesos de urbanización. La libertad de hacer y rehacer nuestras ciudades y a nosotros mismos es, quiero argumentar, uno de los derechos humanos más preciados y a la vez más desatendidos.