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Según el cálculo teológico actual, se pierden diez almas por cada una que se salva. A este ritmo de cálculo, el cielo no puede levantar más que sus cohortes, mientras que el infierno manda sus legiones. De este triste relato se desprende que, aunque nuestro Salvador había vencido a la muerte mediante la resurrección, todavía no había sido capaz de vencer al pecado mediante la redención.