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Después del té, discutimos una variedad de temas ante el fuego; y la señora Micawber tuvo la bondad de cantarnos (con una voz pequeña, delgada y plana, que yo recordaba haber considerado, cuando la conocí, la mismísima cerveza de mesa de la acústica) las baladas favoritas de "El gallardo sargento blanco", y "Pequeño Tafflin".