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El sobrino se venga de ello conteniendo la respiración y aterrorizando a su parienta con la espantosa creencia de que ha decidido reventar. A pesar de los susurros y las sacudidas, se hincha y se decolora, y de nuevo se hincha y se decolora, hasta que la tía no puede soportarlo más, y lo conduce fuera, sin cuello visible, y con los ojos que van delante de él como los de un langostino.