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¿Por qué el conocimiento, la habilidad, la pericia, la asiduidad y los animosos riesgos del comercio, cuando se ven coronados por el éxito, no han de tener derecho a otorgar esas lisonjeras distinciones por las que la humanidad se siente tan universalmente cautivada? Tales son los argumentos engañosos, pero falsos, de una proposición que siempre encontrará numerosos defensores, en una nación en la que los hombres salen cada día de la oscuridad hacia la riqueza. Refutarlos es innecesario. El sentido general de la humanidad grita con fuerza irresistible: "Un gentilhomme est toujours gentilhomme".