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Nadie puede dudar de que la convención para la distinción de la propiedad y para la estabilidad de la posesión es, de todas las circunstancias, la más necesaria para el establecimiento de la sociedad humana, y que después del acuerdo para la fijación y observancia de esta regla, queda poco o nada por hacer para establecer una armonía y concordia perfectas.