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Cuando un cómico se enamora de sus propias opiniones y las endilga al público de forma polémica, pierde no sólo su sentido del humor, sino su valor como humorista.
Cuando un cómico se enamora de sus propias opiniones y las endilga al público de forma polémica, pierde no sólo su sentido del humor, sino su valor como humorista.