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Tan pronto como diriges tal pregunta hacia afuera, hacia tu prójimo, y no hacia adentro, hacia ti mismo, te has colocado en un tribunal y, por lo tanto, te has juzgado a ti mismo. Te has despojado de lo que habías ganado por tu propia continencia; has dado un paso adelante pero diez atrás: y entonces tienes razón para llorar por tu obstinación, tu incapacidad para mejorar y tu orgullo.