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El ayuno, como algunos especulan, no es una tortura corporal, un martirio o una cruz, sino una forma de elevar el cuerpo para que alcance el nivel de cooperación con el alma. Cuando ayunamos, nuestra intención no es torturar al cuerpo, sino evitar su comportamiento. Así, quien ayuna se convierte en una persona espiritual y no física. El ayuno es un alma ascética que lleva consigo al cuerpo como compañero de ascetismo.