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En todas las cosas, por lo tanto, donde tenemos una clara evidencia de nuestras ideas, y esos principios del conocimiento que he mencionado anteriormente, la razón es el juez apropiado; y la revelación, aunque puede, al consentir con ella, confirmar sus dictados, sin embargo, no puede en tales casos invalidar sus decretos: ni podemos ser obligados, donde tenemos el sentimiento claro y evidente de la razón, a renunciar a ella por la opinión contraria, con el pretexto de que es cuestión de fe: que no puede tener autoridad contra los dictados claros y evidentes de la razón.