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Rechacemos, pues, toda superstición para hacernos más humanos; pero al hablar contra el fanatismo, no imitemos a los fanáticos: son enfermos en delirio que quieren castigar a sus médicos. Calmemos sus males, y nunca los agriemos, y derramemos gota a gota en sus almas el bálsamo divino de la tolerancia, que rechazarían con horror si se les ofreciera de golpe.