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No hay sed del alma que consuma tanto como el deseo de perdón. La sensación de su concesión es el punto de partida de toda bondad. Llega trayendo consigo, si no la frescura de la inocencia, sí un resplandor de inspiración que da nervio a las manos débiles para las tareas difíciles, un fuego de esperanza que ilumina de nuevo el antiguo ideal elevado, de modo que se presenta ante los ojos en claro relieve, haciendo señas para que se realice por sí mismo.