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La prisión es un castigo severo y terrible; pero para mí, gracias a Arthur Balfour, no fue así. A mi llegada me alegró mucho el guardián de la puerta, que tuvo que tomar datos sobre mí. Me preguntó mi religión y le contesté que era agnóstico. Me preguntó cómo se deletreaba y comentó con un suspiro: "Bueno, hay muchas religiones, pero supongo que todas adoran al mismo Dios". Este comentario me mantuvo alegre durante una semana.