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Qué amor tan profundo y digno es éste, ya sea de mujer o de niño, o de arte o de música. Nuestras caricias, nuestras tiernas palabras, nuestro tranquilo arrobamiento bajo la influencia de las puestas de sol otoñales, o de las vistas con columnas, o de las tranquilas estatuas majestuosas, o de las sinfonías de Beethoven, todo ello trae consigo la conciencia de que son meras olas y ondas en un océano insondable de amor y belleza; nuestra emoción en su momento más agudo pasa de la expresión al silencio, nuestro amor en su más alta inundación se precipita más allá de su objeto y se pierde en el sentido del misterio divino.