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Era cierto que no existía el camarada Oglivy, pero unas cuantas líneas de imprenta y un par de fotografías falsificadas no tardarían en darle existencia... El camarada Oglivy, que nunca había existido en el presente, existía ahora en el pasado y, una vez olvidado el acto de falsificación, existiría con la misma autenticidad y las mismas pruebas que Carlomagno o Julio César.