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Honramos la ambición, recompensamos la avaricia, celebramos el materialismo, rendimos culto a la codicia, comercializamos el arte, apreciamos el éxito y luego ladramos a los jóvenes sobre las delicadas artes del espíritu. Los niños saben que si realmente valoráramos el aprendizaje, pagaríamos a nuestros profesores lo que pagamos a nuestros abogados y corredores de bolsa. Si valoráramos el arte, no lo mediríamos por su capacidad de producir beneficios. Si consideráramos importante la literatura, la sacaríamos de los sorteos de famosos y gastaríamos un poco de dinero en nuestras bibliotecas.