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Todas las mujeres son educadas desde la más tierna infancia en la creencia de que su ideal de carácter es el opuesto al de los hombres: no la voluntad propia y el gobierno por el autocontrol, sino la sumisión y el sometimiento al control de los demás. Todas las moralidades les dicen que su naturaleza es vivir para los demás, abnegarse completamente de sí mismas y no tener otra vida que la de sus afectos.