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Un príncipe no debe tener ningún objetivo ni ningún pensamiento, ni dedicarse a ningún arte, que no sea el arte de la guerra y su ordenamiento y disciplina; porque es el único arte que pertenece a quien manda. Y es de tal virtud que no sólo mantiene a los que nacieron príncipes, sino que muchas veces hace que los hombres asciendan a ese rango desde la estación privada.